La mañana del 28 de noviembre, día programado para la visita de 2º de ESO “A” a la Mezquita, comenzó de forma accidentada. A su llegada al centro, el profesor organizador, Alberto Rubio, del Departamento de Música, fue informado de que la repentina defección de la profesora acompañante, doña Pilar Arrebola, amenazaba con impedir la actividad. Afortunadamente, la enérgica determinación y voluntarismo de doña Susana Maroto, que se ofreció en el acto como suplente, salvó la situación.
Una segunda amenaza, esta vez meteorológica, con torvos nubarrones, tampoco llegó a materializarse, de modo que el camino de ida resultó un apacible paseo en que profesores y alumnos departieron amablemente.
El ánimo diligente del grupo les hizo llegar al patio de la Mezquita algo antes de la hora de apertura, lo que fue aprovechado para una explicación introductoria. Conviene aclarar que el profesor había tomado la precaución de elaborar una “batería” de veinte preguntas, al objeto de estimular la natural curiosidad de los alumnos por el pasado de su ciudad.
Una vez dentro del edificio, la visita se prolongó durante tres horas, centradas en la explicación de los aspectos históricos, artísticos y musicales de este monumento sin par. Tal vez el largo esfuerzo de atención exigido a los alumnos rozaba lo heroico; pero, en cualquier caso, se llevó aceptablemente a cabo. Eso sí, ayudado por la espectacularidad e interés del objeto de estudio y, ¿por qué no decirlo?, por una calculada mezcla de paciencia, recursos retóricos y veladas amenazas de parte del profesor.
Siento admitir que los alumnos no se prodigaron en preguntas inteligentes. Su principal curiosidad se centró en las tumbas, en la cantidad de oro contenida en la
custodia de Arfe y en los detalles escabrosos del proceso de San Pelagio, representado en el precioso cuadro de
Antonio del Castillo, heredero de una leyenda muy probablemente espuria, pero con indudables elementos de actualidad. Aparte de eso, los profesores quedaron sorprendidos por la insistencia con que no pocos alumnos declaraban haber visto idénticas piezas de arte (azulejos, capiteles, estucos) en casa de sus “abuelas” y “titas”, lo que abre la puerta a la interesante reflexión de si el expolio arqueológico en Córdoba no estará más extendido de lo que ya pensábamos.
He de reseñar asimismo que la contemplación de algunas de las principales obras se ha dificultado notablemente de un tiempo a esta parte. Me refiero especialmente al “chef-d’oeuvre”: la cúpula sobre la Maxura, de la que apenas una violenta torsión de cuello permite vislumbrar las esquinas. Según parece, la cancela no resultaba suficiente y se han añadido ahora unos vulgares parapetos de plástico, “rojo cajasur”, delante del espacio central.
Concluida la visita con un melancólico adiós a la delicada Virgen del Rosario, de del Castillo, alumnos y profesores decidieron reponer fuerzas con una merecida porción de tortilla de patatas en el famoso “bar de la tortilla”.
Tras esto, iniciamos alegremente la vuelta al instituto, conscientes de haber superado una prueba llena de peligros, y sin más preocupación que la del profesor por esquivar las insistentes preguntas personales de una curiosa, aunque encantadora alumna.
Esperemos que esta visita deje en ellos un grato y provechoso recuerdo.